Lo cierto es que escribo estas líneas con cierto cargo de conciencia. Estamos finalizando julio, y esta es la primera entrada del mes que hago. Probablemente, la última también. Del mes, insisto. Eso sí, siempre me he sentido atraído por las excusas y estoy dispuesto a blandir un par de ellas que justifiquen el polvo que el desdichado (pero no olvidado) blog ha ido acumulando. La última entrada hasta la fecha había sido bañada en un tono agridulce, de pesimismo predominante pero con vestigios de ilusión por lo hecho y vivido, y un atisbo de esperanza en el horizonte (siempre tan lejano él).
A pesar de que la actualidad me ofrece muchas cosas sobre las que hablar, voy a optar por retomar ese matiz más personal vertido en la última publicación. No me voy a poner sentimental ni nada por el estilo; tan solo, como había anunciado, me limitaré a obsequiaros con ese par de excusas que intentan disculpar mi ausencia por estos lares.
Tampoco veo tanto polvo por aquí, 'sageraos...
La primera de ellas ha sido toda una experiencia. Me cuesta hasta pensar por dónde empezar. Así que empezaré por el principio. Y el principio es que, a pesar de la digestión lenta y el paso tranquilo, soy una persona con ciertas inquietudes. Por inquietud es apropiado entender las dos acepciones que la palabra puede tener: el interés y la curiosidad por algo, sí, pero también la falta de sosiego. Por lo que si a mí me encanta la literatura, leeré mucho y querré aprender y conocer muchas cosas acerca de la misma. Pero no valdrá con que me siente a culturizarme. Tendré que ponerme a escribir yo también. Supongo que ese es el motivo de que haya publicado una novela y otras dos más estén luchando por unirse a su hermana mayor.