Si crucificamos a Cristo, ¿qué otra cosa podíamos esperar?
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Si podía ocurrir, tenía que hacerlo. No lo dice Murphy, sino el comportamiento humano, o su estupidez, que para el caso vienen a ser sinónimos. Me refiero a que, si cabía la posibilidad de crucificar a alguien públicamente, no podía ocurrir nada contrario a esto. Y con la crucifixión me refiero a Guillermo Zapata, que no hará falta que explique quién es. No porque todos ya lo sepáis, sino porque no importa. Lo único verdaderamente significativo es, recalco, el acto de crucificar.
Qué otra cosa cabía esperar, si nuestro modelo de religión más célebre parte de colgar de una cruz al ídolo de masas. Por aquellos tiempos, en que no había Twitter ni otras herramientas cibernéticas que hemos creado con nuestras manos y que escapan todavía a nuestro control, ya la gente dedicaba su tiempo libre a discurrir historias donde alguien fuese fijado en una cruz a la vista de los demás. Hasta el punto de convertirlo en uno de los hitos más importantes. Así que, sí, poco margen hay para la sorpresa si echamos la vista atrás. Con atrás me refiero a siglos, no a unos años, como los que han pasado desde que el recién nombrado concejal de cultura de Madrid, y recién cesado concejal de cultura de Madrid (debatid lo de cesado, claro que sí) escribió unos tuits desagradables y, sobre todo, desacertados.
Lo primero que se me ocurre decir (mentira: no es ni por asomo lo primero que se me viene a la mente escribir, pero a veces hago ejercicios de contención) es que, si lo que una persona ha escrito hace unos años es tan terrible, lo lógico es que hubiese pagado por ello hace unos años, que fue cuando el acto "blasfemo, terrorista, radicalmente inadmisible" tuvo lugar. Pero nada de eso ocurrió. Lo que Zapata publicó en su cuenta personal no tuvo apenas repercusión. No hubo castigo. Lo cual no quiere decir que no lo hubiese merecido. Pero, ¿por qué ahora? ¿Por qué ahora cobra significado y relevancia el sentido del humor de una persona? ¿Por qué ahora y no antes, en su momento? Eso os estoy preguntando. Muchos responderán que porque antes era un don nadie, y ahora se disponía a ejercer un cargo público. Sin embargo, en la cuenta de Zapata no había desde hacía tiempo tuits desafortunados y censurables. No los había desde mucho antes de que su nombre sonase como candidato a nada. Salieron a la luz porque alguien se dedicó a escarbar en su vida para tratar de encontrar algo a lo que aferrarse, algo que esgrimir como una espada bien afilada con la que empezar a cortar cabezas cuanto antes. Y para cortar cabezas, hay que saber manejar una espada. Os lo dice alguien que sostuvo una de verdad para ejercer de vikingo primerizo. Y como por aquí vikingos no hay (por mucho que los del Madrid se arrojen a sí mismos ese título), queda bastante claro quién anda detrás de todo esto. Efectivamente. Los de siempre. Aquellos que, ni aun cuando el pueblo les ha recriminado todas sus maldades (que van más allá de un par de tuits) y les ha empezado a enseñar la puerta de salida, se resisten a abandonar lo que han tomado como suyo.
Este es el Elegido, veremos si nos acordamos de resucitarlo al tercer día
La señorita Esperanza Aguirre (pongo señorita porque si pongo cerda y en unos años me convierto en alguien relevante, perderé todo lo que haya ganado al haber alguien dispuesto a escarbar y encontrar esto para crucificarme) no ha tardado en tomar parte en todo este lamentable espectáculo; ya sabemos cuánto le relaja el calor de millares de ojos sobre su nuca. Pero esa misma que condena un par de chistes que no lo son, sino comentarios de muy mal gusto, tiene un vídeo donde aparece deseando la muerte a los arquitectos, por joder a la humanidad con su obra aun después de muertos. Hago simple referencia al vídeo para equiparar ese dato a lo que ha pasado con Zapata. Porque de sobra es sabido, por quienes la odian por ello y por quienes miran hacia otro lado para seguir recibiendo su recompensa, que la señorita (recordad el eufemismo) Aguirre es responsable no solo de muchos comentarios desagradables y vomitivos, sino también de muchos actos. Lo que es todavía peor. Y que esta seño...cerd...seño....rita se atreva a recriminar nada a nadie sí me parece digno de sanción. De castigo. De crucifixión.
Aquí, el momento en que Aguirre dimitió por sus infames palabras. Dimitió, ¿no?
Como no podía ocurrir de otro modo, muchas voces han salido a opinar al respecto de todo esto. Sobre todo, al respecto de la situación de Zapata, que es lo que más placer provoca. Unos dicen que tenía que dimitir sí o sí además de recibir algún tipo de sanción, otros manifiestan que permitir (o alentar) la dimisión es la peor opción que el partido de Manuela Carmena podía haber tomado. Ninguna decisión es buena, al fin y al cabo. Pero lo que yo creo es que esos tuits ahora tan célebres, y en su momento tan desconocidos, no matan a nadie; de hecho, porque se ríen de los muertos. Y reírse de los muertos es un acto de muy mal gusto. Sin embargo, reírse de los vivos en un acto criminal. Esos tuits no desahucian, no despiden a gente, no roban, no engañan, no menosprecian. Esos tuits se mofan. Y la mofa proviene de una persona que tendría que pedir y ha pedido perdón públicamente por ellos. Que podría cumplir, y de seguro cumplirá, algún tipo de sanción. Pero no esta. Porque esa misma persona había sido elegida para terminar con aquellos que se ríen no solo de los muertos (no hagáis tirar de memoria histórica, anda), sino todavía más de los vivos. Esa persona había sido designada para formar parte de un cambio que quienes más daño hacen se resisten a aceptar. Y la derrota es de Zapata, y de mucha gente más. Lo peor no es eso, sin embargo, sino que haya unos vencedores. Los de siempre, los que muchas personas se habían decidido a cambiar.
Esto sí es un tuit preocupante. Un tuit del Presidente de Gobierno
Y yo, desde este pedacito de internet que me he agenciado, aprovecho también para decir lo siguiente. Las redes sociales, que tanto tiempo nos consumen y que tanta importancia han cobrado, se nos quedan grandes. Muy grandes. A ti, que te entran ocho virus semanales. A ti, que has hackeado la web de Goldman Sachs. A mí, que a pesar de no haberme prodigado en comentarios en forma de tuits que falten el respeto, sí los he compartido con conocidos, amigos o incluso familiares. Al igual que la gran mayoría de vosotros, que parece que se ha colado la sra. Hipocresía en esta fiesta. Y lo que más pena me da no es ver cómo internet y lo mediático nos toman el pelo, cómo algo que nosotros hemos creado y erigimos en estandarte del avance, produce la mayor dosis de humor negro que existe, escogiéndonos como víctimas a todos nosotros. No. Lo que más pena, y frustración también, me produce, es que seamos incapaces de decir "hasta aquí hemos llegado".
Por eso quería despedirme de una manera más poética que de costumbre, tratando de buscar la armonía propicia con lo que hasta aquí se ha hablado. A ver si así me cesan del cargo que no he jurado, o me despiden del trabajo digno que nunca nadie me ha ofrecido en este país. A ver si así contribuyo a mantener en funcionamiento esta preciosa pescadilla que se muerde la cola, esa en la que miles de voces al grito de "Zapata hijo de puta, ojalá te mueras tú" o "puto asco el tío este, tete, con Franco esto no habría pasado" reclaman un castigo para alguien que ha escrito que... En fin.
No se me da muy bien la poesía, por eso renuncio tanto a los versos como a las imágenes que los poetas saben esbozar como nadie. Simplemente, escribo: "Si la casa está por limpiar, no tiremos los instrumentos con que íbamos a proceder a la desinfección, por mucho que alguno de ellos presente una mancha. Lavémoslo, y no olvidemos cuál era la tarea a la que habíamos decidido entregarnos: la limpieza". Y si no, pues nos ponemos a crucificar a todo dios. O a todo Dios.
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