¿Hacer del arte un caos, o del caos un arte?
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Mi gran noche, Álex de la Iglesia. Comedia. España, 2015.
Cuando un nuevo proyecto de Álex de la Iglesia sale a la luz, los niveles de expectativa alcanzan cotas bastante altas. Comprensible, no todos los días (ni siquiera todos los años) alguien nos sirve en bandeja de plata un El día de la bestia, o un Muertos de risa. O un Perdita Durango. Sabemos qué podemos esperar cuando Álex anuncia nueva película. Pero siempre existe la posibilidad de que nos sorprenda con un argumento alocado, caótico fuera de lo común.
Mi gran noche no se sale del camino ya trazado. Tiene caos, tiene locura; y ambas se conjugan a la habitual manera que el director bilbaíno se ha aferrado en utilizar y pulir a lo largo de su trayectoria cinematográfica. Es un ejercicio de pirotecnia, donde los fuegos alumbran y por veces deslumbran, aunque sin seguir orden o concierto alguno. La localización, de entrada, promete: un plató de cierta productora (bien planteado el azote a la situación actual de cadenas de televisión y empresas en general), donde se graba el programa especial de fin de año. Qué mejor que un espacio cerrado con seres abocados a representar una y otra vez una felicidad de lo más artificial.
A partir de aquí, el director agarra el cóctel y lo agita. Sin miramientos. El frenesí empieza a coger carrerilla, al igual que el humor de tintes absurdos va desentumeciendo músculos. Y en medio de una atmósfera tan típica de Álex de la Iglesia se da rienda suelta a una historia que solo puede terminar en un punto cumbre: el caos. Para ello, se vale de personajes altamente extravagantes y de situaciones altamente surrealistas. No es esto algo que chille en exceso, sabíamos de antemano qué íbamos a ver.
El desarrollo de la historia juega según las reglas del montaje. En varios momentos, resulta más importante el ritmo de los planos que el de las situaciones que se van enredando. No queda duda de que es lo que el director quiere, pero, ¿es la mejor elección? Tanto los personajes como sus acciones podrían cargar con más peso, y sin embargo el desenfreno lo engulle todo.
No obstante, la película cumple ciertos objetivos planteados desde el primer segundo. Entretener, entretiene. En algún que otro momento, sorprende. Y en aquellos tramos que sí parecen haber sido pulidos, se gana a parte del patio con chascarrillos y diálogos deliciosamente absurdos. Lástima no haberle dado una vuelta más a todo. Porque, puestos a rendirnos al humor, a la locura y al caos, deberíamos hacerlo con toda la majestuosidad posible.
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