Últimas pinceladas de un cuadro más

12:05

Escribo estas líneas sentado en la butaca de un tren Alvia. No, no penséis que hago trampas; sois muy listos y sabéis de sobra que los trenes son esos transportes rudimentarios que todavía no disponen de wifi o conexión alguna a internet. Por no disponer, no disponen ni de tomas a las que conectar cualquier aparato que necesite electricidad para ser de utilidad. Bienvenidos al siglo XXI, época de modernidad y estupideces varias. Y así, escribo simplemente en el Word, para luego volcar esto en el blog.

Escribo también siendo consciente de que es día 28 de diciembre, fecha de los Santos Inocentes. Viene al pelo, porque hay cosas que parecen una broma. Entre ellas, las diferentes maneras de terminar un año y encarar el próximo. Imagino que a nadie le apetece meterse en vena una dosis de pesimismo y pensamientos cenizos antes de acicalarse de cara a la Nochevieja, así que prometo ser comedido en mis maneras (no tanto en mis intenciones). En definitiva, toca hacer balance del año, en eso habíamos quedado hace ahora uno, cuando tomé la decisión de crear este sencillo blog para echar más leña al fuego de la escritura. Recomendaciones profesionales que, a día de hoy, trescientos sesenta y cinco días después, todavía no sé qué sentido real tienen.

Comentaba que en estos momentos voy sentado en un vagón que se zarandea como si estuviese poseído por el ritmo ragatanga. Y eso que, como buen hijo de ferroviario y neo-snob en potencia, estoy bien instalado en la clase preferente. Pero el traqueteo parece ser el lazo que une a la clase turista con la que cuenta con un par de centímetros más para estirar las entumecidas piernas. El trasero se nos duerme por igual a todos. Voy de camino a casa, al hogar, a ese al que solo quiero volver de visita o vacaciones, y que sin embargo tanto suelo extrañar. Contradicciones de la vida, de la raza humana, o de la sociedad actual. Sí, por favor, dejad que mencione en repetidas ocasiones a la sociedad, puesto que creo haberme reconocido a mí mismo que este concepto es uno de mis más acérrimos enemigos. El caso es que vuelvo a casa, a Vilagarcía de Arousa, al frío y a la lluvia de los que por ahora escapa Madrid, para pasar unos días. Exactamente, los cuatro únicos días ‘libres’ de que dispondrá mi vida, en teoría, hasta el próximo y tan lejano 26 de abril. Ahora os explico. 



Para aquellos que seáis fieles al blog (dudo que haya muchos, pero el número de visitas que se acumulan me generan algún desconcierto), sabréis que hace unos meses anticipé, de manera equivocada (me encanta equivocarme), que tendría que abandonar Madrid muy a mi pesar. Bien, no abandoné Madrid, sino que tras el verano volví a la capital con más convicción y motivación de las que nunca reuní; ni siquiera para aquella vez en que tuve que salir a actuar en una representación teatral cuando segundos antes una gaviota había decidido bautizarme con una buena descarga blanquecina con motas pardas. Regresé para encontrar un trabajo que se había resistido a darme una oportunidad. Y, queridos acompañantes, el trabajo apareció. Primero, denigrándome a mí mismo en un vano intento de convencer a personas de a pie (a ser posible, ancianos con algún tipo de debilidad) de que vendiesen esos inmuebles que en poco tiempo quedarían sin dueño, o de que al menos me chivasen qué vecino tenía todas las papeletas para recibir a la Parca primero y dejar en herencia un piso al que hacerle una rápida y ansiosa valoración. 

Tres días. Esa fue mi permanencia en el susodicho trabajo; yo, que apenas tengo sentido de la ética y de la moralidad, renuncié a la única empresa que se había tomado la molestia de brindarme una oportunidad. Creí entonces que era un desecho, una persona a medio hacer, un inútil de los que la sociedad actual ha tenido a bien crear a montones. Puede que así lo sea. Pero tras este traspié, retomé la búsqueda. Y debo deciros que, a falta de un trabajo, ahora tengo dos. Y en los dos me muevo entre libros. Que, como quizás sepáis, son una de mis mayores debilidades. Podréis pensar que entonces no tengo más motivos para quejarme. 

Quienes mejor me conocen han leído esa última frase acompañada de una carcajada cargada de sarcasmo. Yo siempre tengo algún motivo para quejarme. Es más, hago apología de la queja. Me parece una de las mayores virtudes con las que la vida nos pone a andar por el mundo. Todos deberíamos quejarnos, y más hoy en día. Porque no quejarse es sinónimo de conformismo. Y ese es un concepto que los seres más repugnantes de esta sociedad pelean por instaurar de manera muy preocupante. 

No quiero entrar en detalles porque la entrada quedará excesivamente larga y, en previsión de que aun quedan un par de horas de trayecto, podría explayarme de manera tal que ningún lector, ni siquiera el más aburrido o mi propia madre, llegaría hasta las últimas líneas. Solo quería mencionar que sí, que tengo trabajo(s). Que ello supone disfrutar de siete jornadas laborales a la semana de entre ocho y diez horas. Festivos incluidos, por supuesto. Podréis intuir que lo que es vida más allá del trabajo… pues más bien poca. Y todo ello para que el dinero me llegue para mantenerme en una ciudad que desconoce el aspecto más agradable del término ‘económico’. No estoy trabajando para recoger a medio o largo plazo unos frutos que me lleven al Caribe, a los lomos de una Harley Davidson o a la entrada de un piso. No. Lo único que hago es trabajar para mantenerme. Hoy. Mañana. Pasado. El futuro a partir de ahí, ¿qué es? Perspectivas, ¿qué significa eso? Y mantenerse, ¿qué hay que entender al hablar de algo así? ¿Hemos sustituido vivir por mantenerse entonces?




Pero, ¡dios mío, Paulo! ¡Para! Basta ya. ¿Es que acaso vas a dejarte atrás las cosas que te atan a Madrid? Serás capaz de no mencionar lo apasionante de escribir e intentar llegar a algún lado cuando lograrlo supondría poco menos que una quimera, cuando miles de ellos caen por el camino y tú sigues adelante, a sabiendas de que no pararás si no te paran. Serás capaz de no tener en cuenta a todas esas amistades trabadas en mitad de esa misma carrera, a esas personas que de un año a otro se han convertido en un gustoso centro de gravedad. A esos otros que llevan ya unos años sosteniéndote a base de momentos tranquilos, festivos, motivadores. Incluso tendrás la cara de olvidarte de mencionar a los de siempre, a quienes salvan el día con solo iniciar una conversación vía Facebook para hacer inútiles y bochornosos (aunque, a veces, brillantes) juegos encadenados de palabras. A esos otros a los que no necesitas llamar a diario para saber que están ahí, luchando por sus propias causas. ¡Por favor! Atrévete a ocultar la ilusión tan infantil al pensar, tan solo pensar, que El Sandwich de Luis resurja como un (na brétema) fénix y grabe un nuevo tema.

Llegados a este punto, creo que lo que queda por hacer es una nueva lista de propósitos. De aquellos fijados en 2015, unos (los menos) se han cumplido; otros, como es sencillo suponer, no. De ahí que mi lista de este año sea la que sigue:


1. Firmar mi primer contrato por un guion (aunque sea por unos céntimos; vale con estampar una firma en un par de endiabladas hojas que corroboren que se trata de un trabajo reconocido como profesional). 

2. Publicar una de las dos novelas que tengo acaparando polvo virtual en el escritorio del portátil. Me da igual el caché de la editorial, mientras me garantice una distribución mediana por este territorio comanche. 

3. Establecerme en un trabajo con unas condiciones vitales y salariales aceptables. Ya no ideales, estupendas, agradables. Aceptables. Un sueldo para vivir y guardar algo para disfrutar de eso que llaman vida, antes de que mandemos a la hoguera este concepto.  

4. Dejar de ser un cenizo (solo en parte) y de hacer que todo el mundo se canse de mí cuando adopto el discurso de que la vida no es una bendición, sino una maldición. 

5. Leer cuarenta novelas. Rebajo la cifra porque, a pesar de que trabajo rodeado de libros, mis funciones abarcan un amplio espectro donde leer no aparece como requisito principal. Pero, eh, el reto de 2015 lo cumplí.

6. Conocer a Jennifer Lawrence. Ya ni hago la broma guarridonga de «calentarle los bajos» ni nada. Ahora que he podido restregarme de manera muy comedida a Blanca Suárez, solo pido un intercambio de palabras con la señorita estadounidense, mientras se cae como acostumbra hacer y yo, en un intento de rescatarla, me dejo ir sobre ella. 

¿Habéis notado alguna diferencia entre las pretensiones de los propósitos de 2015 y los de 2016? Parece que el carácter de ilusión y ensoñación que suele aflorar al hacer listas de esta índole se ha desvanecido. O quizás tan solo sea mi impresión. Espero que con vuestros propósitos no ocurra lo mismo. Es más, os animo y obligo a que compartáis en los comentarios de esta entrada vuestra lista personal. Será un placer leerla (y opinar).

En cuanto a todo lo demás, que tengáis un buen cierre en el día y la noche del 31.Y que 2016 sea mucho mejor que el año que acaba. Aunque no haya sido malo. Yo intentaré estar por aquí para comentar cosas varias, no vaya a ser que os haya dejado la novia o el jefe os haya despedido y queráis leerlas.


GRACIAS




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