'Procrastinar' es un invento del diablo

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No os engañéis, ni pretendáis engañar a los demás. Hace un par de años no sabíais qué significaba la palabra 'procrastinar'. Es más, desconocíais su existencia. Lo cual es totalmente lícito. Porque hasta hace un par de años solo tenían conocimiento de ella algunos pocos concursantes de Pasapalabra que se dedican a jornada completa a memorizar el contenido de un diccionario.

Por tanto, no erais unos raritos, ni unos zopencos, cuando fruncisteis el ceño la primera vez que supisteis de ella. Probablemente, eso tuvo lugar cuando leíais algún blog, algún artículo de El País (en su versión actual) o en mitad de una conversación donde alguno de los reunidos se había convertido recientemente al Gafapastismo (huelga decir que ese sujeto fue, con total seguridad y fe, quien sacó el vocablo a relucir). Pues bien, toca reconocer que, como tantas modas en las que se ha abierto la veda hoy en día, 'procrastinar' es un concepto que se ha labrado su propio lugar. 

Para quienes todavía os conservais puros (insisto, ni raritos ni zopencos; puros), procrastinar es "el hábito de postergar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras más irrelevantes o agradables". Hay más definiciones, del mismo estilo, así que voy a quedarme con esta. Porque lo importante es que, para hablar de algo así, ya teníamos bien asentadas otras referencias. Procrastinar viene a ser un cóctel compuesto por "rascarse los huevos (u ovarios)" y "dejar para mañana lo que podrías haber hecho hoy". Sin más complicaciones. De eso estamos hablando con la palabrita de marras. Claro que, hoy en día, con las barbas frondosas que tenemos copando las vallas publicitarias de moda, la fiebre por leer poesía hecha por raperos a los que la voz les ha dejado en la cuneta (se me caen las lágrimas), y la obsesiva necesidad de escuchar, seguir e idolatrar hasta la misma muerte a aquellas bandas musicales que huelan a 'underground cerrado', no puede llamarnos demasiado la atención que una palabra como procastinar se convierta en parte de nuestro día a día. De nuestras vidas. Procrastinar, con lo poco natural que suena. ¿No había otra palabra mejor, con una sonoridad más agradable? No me preguntéis por qué (y si lo hacéis, podría responderos que mi cabeza no siempre trabaja con naturalidad), pero la maldita palabra no deja de recordarme al 'Pantocrátor', esa representación del Todopoderoso que a mí me hizo reír de por vida desde que un compañero de clase lo leyó en voz alta como Pantocreitor. Y es que el colega no tuvo culpa; qué clase de palabra es esa, por favor. Con lo rico que es nuestro léxico, y le metemos tonterías así. Ahí anda la RAE luchando por que esta costumbre no muera, y añadiendo a nuestro próspero y modélico diccionario palabras como amigovio, papichulo o culamen (Pérez Reverte, sé que me lees, no te lo tomes muy a pecho).

Probad a leer esto con seriedad. Porque, en realidad, va en serio

Pero no quiero desviarme más del tema central. No se trata de la sonoridad de la palabra, sino de su significado. Más bien, del que hemos querido darle desde que la hemos convertido en piedra angular de nuestras vidas. Porque ahora todo el mundo procastina. O, al menos, eso le gusta decir. Ya no extraña ver en algún tablón de Facebook un anuncio personal del tipo "Me siento mal conmigo mismo por llevar todo el día procrastinando.... aaaay, qué mal" u otro como "Procrastinar como forma de vida. Yeah". Es en esos momentos cuando me pregunto: ¿Es cierto que toda esta masa de personas procrastinan de verdad (es decir, se rascan los huevos a dos manos y aparcan hasta otro momento sus quehaceres) o es simple postureo por sacar a relucir la palabrita estrella? Yo, con el corazón en la mano (el de otro, si no cómo iba a estar escribiendo todo esto), juro que prefiero que se trate del segundo caso. Que sea simple y llano postureo, la esquirla de una moda que nunca podremos llegar a entender por completo. Un elemento más que juntar a las barbas con vida propia (compuesta de trescientos veintinueve tipos de bacterias diferentes), los libros de poesía escritos por un tío al que su novia dejó mientras cenaban en el McDonald's, o incluso los leggins, que gracias a Dios están desapareciendo. Quiero que sea así y que no se trate de una oleada de gente sintiendo que no puede hacer lo que debe, o que no puede hacer lo que quiere. Porque uno puede sentirse mal al procrastinar respecto a sus obligaciones, pero también en relación a sus deseos. Y eso está mal. Qué digo mal: eso es terrible.

No me meto en la vida de quien disfrute quedándose todo el día en cama, con el ordenador en el regazo y criando llagas a lo largo y ancho de su trasero. De verdad que no, cada uno con su vida que haga lo que quiera. Pero, precisamente, me cuesta creer que lo quiera hacer uno con su vida sea eso. Porque nacemos con solo una vida de margen. Si la malgastamos, no hay otra. Y no es mi intención ser cargante o un Mesías de poca monta; tampoco tengo pensado ponerme a escribir un libro de autoayuda. Solo quiero decir que procrastinar es feo como vocablo y como significado. Procrastinar está mal. "Procrastinar, caca", que le diríamos a nuestro hijo pequeño. No nos dejemos llevar por la moda, por la pareja gafapasta que nos hemos echado o por la tontería. Da igual si lo que puedes hacer hoy resulta que se quedó para mañana, o para pasado. Centrémonos en hacer hoy lo que queremos hacer hoy. Querías al cine, pero acaba de empezar a llover, y de tu casa a la sala hay diez minutos a pie y terminarías tan mojado como Charlie Sheen en una celebración de cumpleaños. Pues da igual. Si lo que quieres es ir al cine, porque esa película además no aguantará una semana más en cartelera (arriba el cine independiente), ve al cine. Da igual que te mojes  o no, pero no procrastines, maldita sea. No te quedes en tu cuarto, tumbado y escribiendo en Facebook o Twitter lo mal que te sientes por haber dejado pasar la oportunidad. Nadie te va a leer, porque el resto del mundo estará haciendo sus propias cosas.  A lo sumo, atraparás la atención de otros procrastinadores, y eso puede resultar siendo muy peligroso. No queráis volver a la era Emo.

Más de uno se verá reflejado en estos dos animalitos

Lo que hay que hacer es moverse, activarse, dar salida a todas las cosas que tenemos en nuestra lista de deseos, de objetivos, o de meros quehaceres. Pero no nos quedemos con las ganas de haberlo hecho. ¿Quieres reventarle un tiesto en la cabeza a tu vecino de arriba? No lo hagas, porque te denunciará, pero ponte a escribir cómo lo harías, detalle por detalle. Verás qué bien te sienta. Y, además, habrás escrito un relato que podrás compartir en concursos de literatura gore. Pero nada de quedarse de brazos cruzados, nada de allanar el sofá y contribuir a que tu barriga cobre más relevancia en tu vida. Démosle una patada en la entrepierna a Procrastinar. Salgamos a tomar una copa a mitad de semana, a correr los sábados por la mañana, a acariciar a un perro adorable aunque seamos alérgicos, a manifestarnos aunque esté prohibido, a hacernos un seguro de vida antes de salir a manifestarnos, a conseguir un empleo antes de cerrar el seguro de vida, a... Bueno, que me lío. Salgamos a hacer cosas. O hagámoslas dentro de casa; mejor en la de otros, porque siempre quedan hechas una guarrería. Pero hagamos cosas, cosas que nos hagan olvidar que el reloj nunca se para y que, a cada minuto, nosotros envejecemos. Porque esa es la realidad, la cruda realidad. No vamos a estar aquí  para siempre, por muy amos del mundo que nos creamos. No sabemos ni siquiera hasta cuándo estaremos. Pero hay muchas maneras de conseguir que la realidad tenga buen sabor. Y el trago empieza por dejar que 'procrastinar' vuelva a las tinieblas. Será por palabras en nuestro diccionario, vamos. Todo es mejor si, en vez de rascarnos los huevos, nos echamos un amigovio al que llamar papichulo mientras nos hacemos un pirsin. Eso sí, que tenga un buen culamen. Y que pague él el güisqui. 


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