La política es el nuevo fútbol

12:42

Me hubiese parecido más original este título, y este post, si un desgraciado amigo no se me hubiese adelantado por la derecha (o por el centro, o por la izquierda) y lo hubiese tuiteado antes de que yo hiciese públicas estas líneas. Pero, al mismo tiempo, esa conexión mental me ha hecho pensar que, lo que vaya escribiendo ahora mismo, pueda tener más razón de ser de la que imaginaba. Porque sí, la política es el nuevo fútbol. Aunque lo lleve siendo desde hace ya un tiempo.


 A celebrar a Canaletas, a Cibeles... o, ya puestos, a Génova


Qué quiero decir con esto, os preguntaréis. Es sencillo. De hecho, cualquiera puede encontrarse con varios ejemplos en su vida cotidiana que arrojen luz sobre este fenómeno de masas. Pero repasemos. ¿Cómo explicar el fútbol en un par de sencillos y prácticos casos? Para muchos es un deporte, para otros tantos un espectáculo. Yo, que me considero con el mismo derecho a opinar que el resto de los mortales (mentira, me creo con mucho, mucho más) lo valoro como una mezcla de ambos. A todos nos encantan los cubatas; las tortillas con queso, chorizo o lo que le echen (pero siempre con cebolla); el ángel de Victoria's Secret rubio y el moreno. Vamos, que a todos nos gusta mezclar. Pero, por muchos sarpullidos que esto le pueda provocar a unos cuantos, la balanza ha ido decantándose progresivamente hacia lo segundo en detrimento de lo primero. La pasión se ha travestido de fanfarronería, y el querer parecer el más entendido del bar es ahora lo que una camisa de leñador a un hipster. Así están las cosas, y así no se las han contado. Porque, aunque lo hubiesen hecho, no habría sido posible escucharlas; el griterío provocado por las jaurías que se aglutinan en sitios donde ojalá las fiestas fuesen de guardar, bajo llave, nos ha hecho sordos. Así que pruebo a ponerlas por escrito, no vaya a ser que todavía no nos hayamos quedado ciegos.

Pero, perdonad, que lo yo quería embestir era la política, no el fútbol. Ha llegado un punto en el que se parecen tanto, que... Tratemos de continuar. Y hagámoslo de una manera más visual. Domingo, cinco de la tarde. Nuestro protagonista entra en un bar, atestado de cincuentones con barrigas disfrazadas de barril y veinteañeros con cara de haberse bebido esos barriles, o de que les haya entrado mal una línea/trazo/raya. En la tele, asomando por entre todas las cabezas, ponen un partido. Quizá se vean las gradas vacías, o quizá sea otro partido y no el del Getafe el que estén televisando. El alboroto es considerable, difícil entender lo que allí se cuenta. Nuestro personaje pide una cerveza, se apoya en la barra. Alguien lo mira desconfiadamente, su cara no le resulta familiar a los habituales. De repente hay gol. El estruendo es brutal. Las caras con pústulas ladran como... Vale, no, me estoy pasando un poco. Rebobinemos.

De repente hay gol. El estruendo es brutal. Las caras enrojecen mientras las gargantas roncan orgullosas como el cuerno de un vikingo. Las venas se hinchan. Algunos hacen amago de abrazarse, lo que termina con el gesto de pasar con torpeza y nervio el brazo por los hombros del compañero, nada más. Hemos asistido a un evento extraordinario. Un gol. ¡¡¡¡Toma, hostia. A mamarla a vuestra puta casa, perdedores!!! No hará falta reproducir muchas más frases como esta, todos sabemos que hay mil y una de corte similar. La creatividad suele mantenerse al margen en cuanto a ellas.

Ahora repitamos la misma escena si el día escogido es un viernes a las nueve. No televisan el partido, quizá es que abriese la jornada el Granada. Nuestro protagonista entra en un bar con algo de ambiente. Hay barrigas tamaño barril, jóvenes modelo Hermano Mayor. En la pantalla del local, el telediario. La presentadora miente sobre no sé qué de las encuestas relativas a las próximas elecciones. Corrijo, transmite las mentiras que le chivan por el pinganillo, las que se ha estudiado en el guion entregado con antelación. Esto es detonante suficiente para que los ilustrados del bar den rienda suelta a la sabiduría contenida en sus entrañas. Clases de retórica por todos lados. Uno de los hombres de mediana edad, doctorado en Harvard y titulado oficial como paseador de perros, clama contra el inexistente programa político de un partido concreto. Como no existe programa, nadie puede quitarle razón al buen hombre. Algunos lo miran con aprobación; uno de Yale, otro de Cambridge, el de al lado de Massachussetts (incluso esta queda más rimbombante que cualquier otra española). Los jóvenes, a su vez, mantienen coloquios paralelos. Uno diserta sobre Rivera, el otro sobre Pedro Sánchez, la otra sobre Pablo Iglesias, un par de ellos sobre Rajoy. O sobre Soraya, quién sabe. Cada palabra contiene más peso y verdad que la anterior. Con cada sílaba, se vuelven más inteligentes. Pasan de discípulos a maestros en cuestión de segundos. No hay límite. El bar se ha convertido en una fuente de saber inagotable.

Desde luego, me he aprovechado de una localización bastante manida. Pero es que ahora hablar de política se lleva a todos lados. Lo puedes hacer en el parque, en la cola del supermercado, en la montaña rusa, en el Parlamento. Incluso en el metro o en el bus, entre parada y parada. Lo importante es dejar la impronta. Que quienes te rodean sepan que al igual que te has memorizado los fichajes del Atleti en la temporada 91/92, tienes absoluto dominio sobre los movimientos políticos actuales. Y lo mejor de todo es que las eruditas valoraciones llegan o por ver unos cuantos tweets que hablen de la actualidad política, o por tragarse el debate en televisión de algunos de los candidatos. Es más que suficiente para entrar en materia, para henchirse de orgullo y repartir conocimiento.



Por supuesto, para apoyar tal moda, los propios políticos no pierden ocasión de contribuir a su perpetuidad. Después de todo, ellos son los que mandan; los que dictan. Y para que el pueblo no se pierda, les facilitan las cosas. No hay más que ver un ratito televisado del Congreso de los Diputados (con mayúsculas, no vayamos a equivocarnos): unos cuantos gritos por aquí, otros cuantos cruces de palabras dignos del patio de una guardería por allá; un par de niveles de Candy Crush por aquí, una siesta rapidita y reparadora por allá... Y voilà, todo listo para que la plebe el pueblo (ay, este teclado falla a veces) haga lo propio en su terreno. Si esto no resulta suficiente, no pasa nada. Que nadie diga que ellos no se esfuerzan por convencer al pueblo de que su trabajo se lo toman con rotunda seriedad, ya que la situación de un país como este (como este, en concreto; sí) bien lo merece. Así, podemos ver a Soraya Sáenz de Santamaría, que no es candidata pero bastante tiene con cubrirle las espaldas y cambiarle los pañales a un compañero, haciendo gala de un acto totalmente exento de vergüenza ajena. Seguramente (aunque ninguno de los dos vaya a reconocerlo nunca) haya tenido como maestro a Miquel Iceta, que de menearse sabe mucho. De política ya no tanto, o por lo menos no parece ponerle el mismo empeño. Qué importa, mientras el mando de un gobierno (y, por favor, recordad el significado de la palabra gobierno) esté en manos de un hombre con una capacidad así.

Todo vale. Mientras sea serio.

Pero que nadie se asuste. De Pedro Sánchez, Pablo Iglesias o Albert Rivera, así como de otros tantos, hay material para dar y tomar. Ya os lo conocéis de sobra, para qué voy a buscarlo. Simplemente, estamos en la última fase que corona a la política como el nuevo fútbol, esa que dota al asunto de su parte de espectáculo total. Ellos visitan los programas de mayor audiencia para mostrarnos su lado más humano (¿es que durante el resto de su tiempo no son así?) y nosotros nos lo comemos con patatas, o nos lo tragamos como... En fin, que todos salimos ganando. Y tan contentos. Porque así no hay que esperar a la jornada futbolística del fin de semana para dar rienda suelta a la brillantez, al saber más profundo. Basta con escuchar los boletines radiofónicos por la mañana, ver los telediarios al mediodía o poner los tv shows por la noche. Ellos estarán ahí apoyando este gran movimiento. El gran movimiento de la política, ese que tiene que entretener, divertir o crispar. Pero nada más. ¿Para qué podría servir sino?


Pues para dormir, que es otra opción loable


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8 comentarios

  1. Muy de acuerdo con todo. Es así, un triste espectáculo. Pero... ¿por qué no pones fotos de guasa de Podemos, Izquierda Unida, etc? No patinarás hacia el espectáculo de la izquierda... ;)

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    1. Oh, no. ¡Un conspiranoico! Me decanté por las fotos más ilustrativas para mí (puedes interpretarlo con total libertad), aunque ya ves que hago mención a cualquiera de los campeones del espectáculo, cojeen de la pata que cojeen ;)

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  2. Yo creo que el fútbol no es tan insano como lo pintas. Vale que los políticos da un poco de vergüenza ajena hoy en día, pero no opino que pase con los futbolistas. Son dos cosas diferentes. Entiendo algunas partes de la comparación por el comportamiento que tienen algunos... Pero el fútbol es más valioso.

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    1. Es más valioso, ¿en cuanto a qué? A mí me gusta ver y jugar partidos de fútbol, que conste en acta (aunque sin entusiasmo desmedido). Lo que me gusta bastante menos es el lugar y la importancia que le hemos concedido.

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  3. jaajjajajaja, dios mío como he reido con lo del Getafe y el Granada... muy bueno!

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    1. ¿Cómo has tenido el descaro de reírte? ¡Esta es una publicación muy seria!

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  4. Escribirás muy bien, pero eso no te va a salvar de la ETA

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