Te cuento un cuento

2:40

Cuando le enseñaba mis cuentos a mamá, ella siempre sonreía. A mamá le daba igual si en una historia una familia abandonaba a un perrito inocente en una carretera muy larga y muy gris, o si alguno de los personajes que no tenía demasiada importancia se moría. Mamá sonreía. No decía nada. Ni si le gustaba, ni si le parecían historias feas o malas o tristes. Pero sonreía, y por esa razón que puede parecer muy tonta yo seguía escribiendo cuentos.

Mi padre no los leía. Primero se los enseñaba a mamá, después a mi padre. Ella sonreía y mi padre no. No es que no le gustasen mis cuentos, pero siempre tenía muchas cosas que atender. Yo no quería molestarle, solo quería que leyese mis historias. A veces dejaba que le entregase el folio un poco emborronado (soy zurdo y cuando escribo con lápiz mi mano se distrae y mancha un poco el papel), y me decía que lo leería más tarde. Pero creo que nunca lo hizo.

Como mi padre no leía mis historias, intentaba contárselas. Con la voz, me refiero. Se las contaba en voz alta, pero solo si creía que en ese momento no estaba demasiado ocupado. Mi padre podía estar ocupado con la mirada concentrada en el televisor, con el vaso medio vacío en la mano derecha y la frente caída sobre la mano izquierda (él era diestro, que es como se le llama a las personas que hacen las cosas bien con la mano derecha), o gritándole a mamá. Como el vaso lo sujetaba con la mano derecha, beber era lo que se le daba mejor. Aunque yo, ahora que soy un poco más mayor, tengo otra opinión.

En una de las historias que le conté en voz alta, había protagonistas humanos y protagonistas no humanos. Es decir, había una niña pequeña (más o menos de mi edad), y el viento. El viento no es humano, pero puede ser protagonista en un cuento. La niña era una niña muy lista, y conseguía hacer todas las cosas que intentaba hacer. Me gustan esa clase de personas. Pero un día intentaba agarrar el viento, y no podía. Le costaba mucho porque nadie había logrado atraparlo nunca. Pero ya dije que la niña era muy lista, y con mucho esfuerzo al final lo conseguía. Entonces mi padre, que estaba sentado en el sofá concentrado en beber bien, me dijo que eso era una tontería. Era una tontería porque el viento no se podía atrapar. Al principio me lo dijo con educación, porque las cosas con educación sirven para enseñar. Y mi padre quería que yo aprendiese que el viento no se podía atrapar. Pero mi madre me dijo que no le hiciese caso, que mi cuento era muy bonito y que las niñas listas y los niños listos como yo podían hacer muchas cosas. Me encantó que me dijese que yo era un niño listo. Solo que mi padre no estaba de acuerdo, y terminó tirando el vaso contra el suelo y gritándole a mamá. A veces, después de gritarle también le pegaba una o dos veces. Lo hacía con la mano derecha, y me ponía muy triste saber que esa era la mano con que mi padre hacía las cosas bien.

Como me gustaba mucho escribir pequeñas historias y me gustaba más todavía que mamá sonriese y no llorase en voz bajita cuando mi padre le gritaba o le pegaba, inventaba más cuentos para hacerla sonreír. Pero desde la historia del viento tenía un poco de miedo. Así que decidí no contarle más historias a mi padre en voz alta. Solo las escribía y se las entregaba a mamá. Luego esperaba su sonrisa. A veces me acariciaba la cabeza. Cuando uno crece, creo que esas cosas le molestan, pero me parece raro que una cosa tan agradable se convierta en lo contrario. No sé, todavía no soy así de mayor y no puedo saberlo.

Lo único que supe es que mi padre se enteró de que seguía escribiendo cuentos y que se los entregaba a mamá, pero que ya no se los leía a él en voz alta. Yo pensaba que a él no le importaban, porque cuando se los leía ponía la atención en el vaso y en dejar la botella vacía sobre la mesa. Y una noche entró en la cocina, que era donde mamá leía mi última historia. Yo estaba esperando su sonrisa, por eso di un salto cuando escuché a mi padre rugir a mis espaldas. Dijo que por qué dejaba que el crío se entretuviese con semejantes mariconadas y me costó un poco darme cuenta de que se refería a mí. Los gritos fueron a más y me puse nervioso y triste y asustado, por eso no recuerdo tan bien todo lo que pasó después. Pero la mano derecha de mi padre hizo algo malo a mamá. Y mamá se cansó y le dijo que pronto se iría de esa casa y que me llevaría con ella, y todo eso era verdad. Mi padre se quedó medio tirado en la silla de la cocina, como si tuviese sueño o tristeza. Quise irme tras mamá pero mi padre habló con la voz cansada, y como no había nadie más allí pensé que me hablaba a mí. Dijo que quería a mamá, y que quería tenerla para siempre con él, pero que no entendía por qué mamá no dejaba que eso fuese así.


A lo mejor, mamá es como el viento -le dije, aunque tenía muchas ganas de marcharme de allí-. Entonces no la vas a poder agarrar.

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