Son tan "smart"phone que se ríen de ti (y lo sabes)
11:55
No quería cebarme mucho hoy por estos lares teniendo en cuenta que en la última entrada fui suficientemente explícito (o eso creo) sobre lo que opino acerca del lugar que ha ocupado y le hemos dejado ocupar a la tecnología en nuestras vidas. Por eso no veo necesidad de repetirme con el tema. Pero hoy, concretamente, no quiero hablar de internet en sí y sus derivadas, sino de otro apartado de la tecnología al que considero que un tironcillo de orejas (o un hostión con la mano bien abierta, que en este blog todavía no se ha impuesto la censura) le vendría de perlas.
Hoy hablo, escribo, escupo espumarajos sobre los smarpthone. Sobre los teléfonos móviles, vaya, si dejamos descansar un rato el gilipollismo ilustrado de reinventar el nombre de las cosas y rebautizarlo con anglicismos súper mega... cool. Estoy convencido de que ya todos, a estas alturas, habéis caído en la cuenta de que los smartphone se ríen de vosotros. Se cachondean de cada uno de vosotros. Tanto los aparatos en sí como quienes están detrás de su venta, detrás de su publicidad, detrás de su creación, detrás. Siempre detrás, sin dar la cara, ya que es tradición que solo se vea al títere y quien lo maneje se resguarde entre las sombras. Si no el número perdería su encanto, claro.
Lo importante es que estamos muy monos así. Pero que muy monos
Os preguntareis qué ha sido lo último que me ha pasado o qué he desayunado para poner a los smartphone en el punto de mira. Os diré que nada en particular. Simplemente, se me ha dado por recordar la primera vez que tuve un móvil propio. Fue allá por el año 2003, cuando eran una cosa algo gruesa con una pantalla minúscula y unas teclas que al pulsarlas parecían castañuelas. Cuando los politonos todavía eran un invento por llegar. Ese aparato cumplía tres funciones inamovibles: que tus padres pudiesen tenerte localizado, que pudieses jugar al Snake y que te pasases el día como un mentecato dando (y recibiendo) llamadas perdidas cortas de tus amigos y de aquellas personas a quienes querías sustraer la atención.
Dentro de lo que cabe, por aquel entonces el móvil ya iba camino de modelarnos como algo estúpido, pero aun así era un cachivache bastante inocente. Comparado con lo que hoy es. Inocente, porque no disponía de conexión a internet y le resultaba imposible absorbernos la sangre veinticuatro horas al día como ahora hace. Inocente, porque cinco euros era la recarga estándar y más valía administrarla, no como ahora que se paga por adelantado a plazo fijo una cantidad unas cuantas veces superior. Inocente porque, en resumidas cuentas, no se reía de nosotros. Como ahora hace, por ejemplo, haciendo que nos acuclillemos cada día para enchufarlo a la corriente, cuando antes su batería duraba toda una semana.
Llegará el momento en que exista una macro-maratón de "Carga tu móvil".
Imagino que habréis llegado en algún momento de vuestra vida a la conclusión de que, tal y como han avanzado las cosas en el campo tecnológico (y tal y como siguen avanzando), pensar en una batería que aguante como mínimo eternamente es una cosa sencilla de lograr. Pero no interesa, porque entonces los smartphone, mucho más smart que nosotros, no tendrían de quien reírse. No tendrían a quien hacerle la broma pesada de la batería baja en mitad de una conversación importante, en medio de un largo viaje. No tendrían a quien obligar a consumir diariamente una cantidad de electricidad no incluida en la tasa que uno paga por tener su querido artilugio activo las veinticuatro horas del día. Si esto no fuese así, los smartphone solo serían phone. Y nosotros seríamos simples y llanas personas, no deficientes.
Pero es que, además, los smartphone evolucionan a paso raudo en su conquista del humor. No era suficiente con todo lo anterior. ¿Que la batería dura dos minutos? Eso no es nada, se les queda pequeño. Así que... "duremos poco tiempo nosotros mismos", habrán pensado. En el caso del iPhone, uno de los mejor colocados en la corte de aspirantes a ocupar el trono, la broma macabra se realiza a través de su sistema operativo iOS. Con actualizaciones constantes que van convirtiendo al aparato en un cachivache obsoleto, inútil al par de años de su adquisición. Te descargas el nuevo iOS, y tu iPhone 4 sirve solo para caerse al suelo y que estalle la pantalla. Pero los usuarios de un iPhone 5 no pueden reírse mucho, saben que con la siguiente actualización serán los próximos en sucumbir. Aunque todavía les falta perfeccionar la gracia porque, claro, qué le supone a una persona gastarse unos 600€ cada dos años en un instrumento que antes duraba diez y costaba una octava parte.
No estamos locos, sabemos lo que queremos. O lo saben otros.
Por eso yo, que también soy partidario del humor, me tomo la revancha con mi propio smartphone. Le acumulo las actualizaciones sin realizar para que se sienta gordo, hinchado, y luego lo alzo frente al espejo para que se vea a sí mismo. Entonces me acerco a su altavoz (o a su speaker, que estamos haciendo poco uso del gilipollismo ilustrado) y le susurro: "Mírate, mírate. Eres la vergüenza de tu gremio, sin la última versión de whatsapp, con tan pocas aplicaciones instaladas... ¿Quién va a querer ir contigo al baile, eh? Puerco, puerco. Qué solo estás". A veces alzo la mirada y al verme reflejado en el espejo pienso que me lo estoy diciendo a mí mismo, pero se me pasa. Se me pasa al coger el móvil y enterrarlo entre cojines, pensando divertido cómo se las ingeniará para poder ventilarse. Pero luego me da pena y lo rescato. Porque tal vez sea él (y quienes lo mueven entre las sombras) quien tenga que hacer las gracias y reírse siempre, y tal vez sea yo quien esté destinado a ser el bufón siempre. Y tú. Y tú.
2 comentarios
Me gusta tu forma de describir los smartphones. Pero me permito concluir esta entrada con "es hora de que cambies de movil..." jaja
ResponderEliminarAceptaría el reto si no costasen un huevo y parte del otro. Pero, cuidado, que las Navidades siempre traen sorpresas...
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