Cine vs Televisión, ¿quién es quién?

11:16

Hemos escuchado hablar, largo y tendido (incluso hemos sido partícipes en alguna de las incalculables conversaciones que han tenido lugar) de lo bueno que ha sido el 2014 para el cine en España. Ese año con mejor dato histórico de taquilla, y con Ocho apellidos vascos marcando un hito, El Niño y La isla mínima peleando por convertirse en la flamante triunfadora de los diferentes premios y galas nacionales, Magical Girl sorprendiendo al presentar algo radicalmente diferente y original, 10.000 km o Loreak demostrando que con poco se puede hacer bastante... Y, bueno, quizá debamos detenernos ahí. O eso nos pasará si nos acogemos a lo que han dicho los grandes medios y las grandes (grande entendido por chillón, tal vez) voces críticas. Pero, si uno aparta durante un breve instante esos títulos, se encuentra con la realidad de siempre. La de que el resto de proyectos cinematográficos que se estrenaron el año pasado han tenido que vérselas y deseárselas para salir adelante, para conseguir el mínimo atisbo de atención. ¿Ha sido entonces el gran año de nuestro cine? Puede que no. Ha sido un buen año, si nos atenemos a las circunstancias que suelen rodear al cine hecho en España. Pero que nadie se engañe (o si quiere sí, que aquí cada uno es libre de ponerse o no una venda en los ojos): el cine necesita de más impulsos para auparse a un escalón donde sea medianamente visible. Eso es algo, por supuesto, que muchos ciudadanos de a pie tienen claro. Porque por mucho que grandes medios y grandes voces hayan hablado de lo bien que ha marchado 2014, no faltan aquellos fieles a la idea inamovible de "El cine español es una mierda". Esos sí son devotos y no los seguidores del Getafe.

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Lo que resulta curioso es ver que muchas de esas caras cuyas bocas vomitan la frasecilla por excelencia, tienen un par de ojos pegados a un televisor que emite de manera perpetua programas como Gran Hermano Vip, Quién quiere casarse con mi hijo o Sálvame Deluxe. Hostia, he hecho herida, ¿no? Porque me acaban de pitar los oídos, sangrar la nariz, y el cartero se acaba de personar con veinte mal cartas que huelen a humeantes y recién elaboradas amenazas de muerte. Pero si todavía no he dicho nada... Lo que quería decir, y digo, es que el 90% de las películas estrenadas en los cines de este país en 2014 han tenido una audiencia mucho menor que la que amontonan ciertos programas televisivos semana tras semana.

Claro, el cine español (no el cine hecho en España, que suena poco correoso) es una mierda, dice mientras clava su pupila azul en los labios derretidos de la Esteban, o en los michelines con vida propia de Paquirrín. Claro, porque lo que nosotros pedimos son exhaustivos trabajos de documentación y elaboración que rezumen seriedad, oficio. Por eso clamamos por cada formato que acoja a Jorge Javier como conductor periodístico (ahora es el corazón el que me sangra; el alma también). Lo que demandamos y necesitamos son programas donde el grupo más variopinto de muchachos (variopinto es porque puede haber niños leyendo esto) se líe con el grupo más peculiar de muchachas (¡Niños, a dormir, que me quedo con las ganas de despotricar!), y mientras tanto comentarlo a todo trapo en Twitter, no vaya a ser que no se enteren de lo que están viendo los restantes cuatro millones de espectadores.



El problema es que, según parece, hemos caído en una inercia algo absurda, incluso vergonzosa. Está bien que haya opciones disponibles en la parrilla televisiva (menudo olor a chamuscao se queda luego); hay lugar para todo tipo de programas, series... formatos diferentes y originales, en definitiva. Cada uno tiene derecho a elegir lo que quiere ver. Pero dejar de lado el criterio, incluso el amor propio, es una costumbre un tanto fea. Me incluyo en el carro porque, hasta hace poco, yo mismo era protagonista de una situación semejante. Me pasaba con los deportes de Cuatro, de un patetismo que no conoce límites. Sin embargo, terminaba deslizando el dedo por el mando a distancia y cambiando del informativo al programa de marras, aunque solo fuese por dos minutos. Después podía ponerlo verde, porque era lo que cuerpo y cabeza me pedían, pero lo cierto es que lo veía. Hasta que un día la bilis empezó a irritarme el esófago, y decidí que era hora de poner punto y final. Ya no veo ese programa, no pienso contribuir a su audiencia.

Estaría bien hacer un ejercicio parecido a esto último, probar al menos, a pesar de que seguimos sin ser conscientes del poder que nosotros mismos tenemos. Nos dejamos acunar, dejamos aflorar la magna figura del engañabobos, y consumimos todo lo que nos ponen por delante. Incluso cuando esto sabe mal, huele peor y está caducado. Si no paran de aparecer programas chorra, es porque las estadísticas reflejan que habrá quien los vea, quien los comente, quien los convierta en parte de su día a día. Pero, ¿no sería mejor dedicarle algo de tiempo a esos contenidos más interesantes, más trabajados? Aquellas series que no se ahorran un equipo de documentación si el proyecto lo requiere, aquellos programas de entrevistas donde no se hacen preguntas sacadas de películas de Seth Rogen, aquellos espacios informativos donde la noticia es el deporte (entendido como un concepto plural, y no un sinónimo de fútbol) y no el estado anímico de un chulapo... Y no, no me vale un simple "yo veo lo que me da la gana", "sigo ese programa porque es lo que me apetece al llegar de trabajar". Vale, pero luego coge alfiler, hilo y tensa los labios, ya que decir que el cine español es una mierda no es una opinión, sino el resultado de la mente que se ha acostumbrado a estar en standby, del carácter de quien se ha decidido a comer junto al resto de la piara.

Que conste en acta que criticar es sano; es más, hay que hacerlo. Yo lo hago, lo estoy haciendo ahora mismo. Pero sería interesante proceder con fundamentos, y no por una simple acidez de estómago. Yo trato de dedicarle antes una reflexión al asunto (por mínima que sea, al menos una); lo escribo en este recoveco, que es más de lo que supone criticar desde el sofá dejándose hechizar por sapos que nunca van a convertirse en príncipes o princesas (nadie dijo que visualizarais la cara de Belén Esteban, eso es cosa vuestra). Es genial quejarse, estoy convencido de que eso nos alarga la vida más que la risa. Pero no quejándonos por inercia. La inercia sí que no es sana. Hay que saber quejarse, porque es todo un arte. Y, como todo buen arte, hay que dedicarle atención y respeto. Con eso, tendríamos una mejor televisión, seguro que también un mejor cine. Porque no existe batalla entre los dos. Ambos forman parte de nuestro presente, de nuestra vida. Dejarlos pudrirse está, si no en nuestras manos, sí en nuestros ojos.

Anexo: Si toda esta verborrea no os convence en lo más mínimo, haced lo siguiente. Simplemente, pensad en los niños. ¿Es esa la televisión que queréis que tengan? ¿Son esas las dos o tres películas que queréis que vean al año en una sala de cine? ¿Es eso lo que deseáis que entiendan para el resto de sus vidas como arte, cultura y entretenimiento? Porque estáis a tiempo de no ser padres, ni monstruos. Con cariño lo digo, no corráis a meteros ya en Twitter para sacrificarme.


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