El Día de la No Borrachera

13:16

¿No se os ha dado alguna vez por comparar las resacas actuales, tengáis la edad que tengáis, con las que os tocaba soportar con dieciocho o veinte años? (si tenéis esta edad, podéis prescindir de la comparativa, mentes lúcidas) Estoy convencido de que, cuando uno está en plena edad universitaria, las noches de fiesta y las mañanas que las suceden no son un gran contrincante. Todo depende del énfasis con que encaremos el festejo, por supuesto. He visto situaciones a las cuatro de la madrugada que me han llevado a sentir un gran alivio por no ser yo el desafortunado que imita con fascinante acierto a la niña de El exorcista en mitad de un pub, o el que se ha ido a aligerar al cuarto de baño y nunca ha regresado. La noche, pero sobre todo su consecuente resaca, depende de múltiples factores. Ahora bien, dejándolos aparcados durante un rato, aparece una realidad que a mí al menos me sobrecoge, me apena. La de que uno se hace mayor, y tiene que asimilarlo mediante el día después.

                                                    El típico amigo que se viene arriba cuando ve una tarima

Con dieciocho años, uno agarra el ibuprofeno con cierta chulería, con una especie de sentimiento de bravuconería recorriéndole el pecho. Duele la cabeza, sí, pero ¡qué noche la de ayer! Qué ganas de reposar media hora y volver a estar listo para otra juerga, tanto da que sea domingo o lunes. Incluso hay quienes disfrutan de la parte de la resaca, enmarcándola como fragmento indivisible de la denominada fiesta. Pero uno crece... y encara todo esto de distinta manera. El cuerpo sufre, el alma también. Y después de una noche loca o, lo que es peor, de una noche a secas, la mañana siguiente puede convertirse en un completo calvario. Esa terrible sensación de abrir los ojos y pensar: Oh, dios, soy un ser sensible. ¿Por qué, Señor, por qué? ¿Por qué me has dotado de cinco sentidos? ¿¿De CINCO nada menos?? Y uno trata de incorporarse en la cama mientras los ojos escuecen. Pero a ese dolor se une el de las articulaciones, que parecen haber estado guardadas en un congelador durante años, y pronto se suma el horrible martilleo en la cabeza, uno de los peores males conocidos por el ser humano. Y en cuestión de segundos, sabes que te toca maldecir la noche pasada, la despreocupación con que has repetido un "ponme otra", la indolente decisión de mirar al chupito con condescendencia, casi con cariño paternal... sin tener en cuenta que ese vasito de apariencia inocente era Judas, y tú Jesús. Todo esto se paga durante el denominado día después. Y es un pago muy alto, de los que te vacían sin piedad la cartera de la salud, la cuenta de ahorros donde tienes ingresadas las ganas de vivir. 

Así que... era casi inevitable hacerse la pregunta. ¿Qué necesidad tenemos de sufrir el día después? No seré yo quien ponga en duda que salir de copas mola, a pesar de que haya noches en las que pagarías al camello de turno por que te diese una máquina para retroceder en el tiempo en vez de veinte gramos... de azúcar. Quién no ha tenido el pensamiento mainstream de pulsar un botón que te llevase instantáneamente del bar en el que estás a tu calentita y mullida cama. Pero la solución es mucho más sencilla. Evitar las resacas. Censurarlas, prohibirlas, erradicarlas (acabo de ganar varios lectores afiliados al PP). Es la verdad, lo mejor que podemos (ahora los he vuelto a perder) hacer es no caer en ellas, decir no a la dulce tentación que sabemos que terminará con nosotros convertidos en figurantes de The walking dead. ¿Y cómo se logra esto? Es bastante sencillo: instaurando el Día de la No Borrachera.

Sí, habéis leído bien; el Día de la No Borrachera. Sé que la melopea (cogorza, tajada, pedal; tiene nombres mil, como diría Leonardo Dantés) es un concepto que prácticamente veneramos, pero... dejadme intentar demostraros que esta más que sobrevalorado. Beber alcohol mientras uno sale de marcha ayuda a pasar el tiempo de la misma manera en que ayuda acompañarse de un botellín de agua o un refresco cualquiera. Además, reconozcámoslo ya, el alcohol sabe feo. Por eso lo mezclamos con otras cosas que, lejos de lo que queremos hacernos creer a nosotros mismos, no le dan un sabor especial, ni afrodisíaco. Bebemos por la costumbre de pensar en que eso nos ayudará a llevar la noche de manera más desenfadada, más desinhibida. Pero no es más que una creencia equivocada que tenemos demasiado interiorizada. Lo que importa es asimilar que, si uno quiere estar relajado, divertirse o incluso desfasar, no tiene que valerse de nada más que de su propia confianza y de su decisión de llevarlo a cabo.

                                                       Somos feos de por sí, no hay necesidad de rizar el rizo

Conozco a personas que no beben y son las primeras en lanzarse a la pista de baile, que tienen siempre un chiste preparado, y que al despedirse no hacen el gesto de Spock con la mano porque son tan corrientes como nosotros, salvo que un poco más sensatas. Así que, pensando en esta gente, ¿por qué no íbamos a poder los demás hacer algo parecido? No puede resultar demasiado complicado. Es solo cuestión de ponernos de acuerdo, y sacar adelante el Día de la No Borrachera.

Así que id pensando una fecha, desde ya. No voy a ser tan incrédulo como para imaginar que esto se puede convertir en tradición desde el primer momento. No, será difícil cambiar los hábitos, pero cuanto antes nos pongamos a ello, antes lo haremos realidad. Por tanto, decidid qué día de la semana queréis probarlo (puede ser cualquiera, ya que al día siguiente no os costará levantaros de cama) y a por todas. Tan fácil como hacer lo que quieras mientras bebes cualquier cosa con cero alcohol (y nada de mezclar con otras sustancias). Vale todo: desde salir con un grupo de amigos a los locales frecuentados habitualmente, a hacer un skype con tus colegas y delirar vía internet (esta opción es para los más tímidos, o más bizarros). Entonces, cuando suene la canción de Enrique Iglesias & Nicky Jam, tienes que dejar tu Nestea de lado (o incluso tu Bitterkas) y comenzar a perrear. Tal como harías a las cinco de la mañana borracho perdido.

Como entiendo que hay que ir paso a paso para que el cambio no resulte demasiado violento, cada uno puede llevar un botecito pulverizador relleno de auga e ir rociándose con él de vez en cuando, para que el pelo se humedezca y se pegue a la frente, evocando esa imagen asquerosa y pordiosera de cuando uno se pone a frotarse con otros cuerpos, todos supurando sudor a punta pala. También es lícito, en la primera prueba de este Día de la No Borrachera, llevar una jeringuilla con anestésico para que, cuando consideremos conveniente, nos pinchemos en la lengua y así nos cueste pronunciar al hablar, dificultándole la tarea de entendernos al amigo de turno o a la compañera a la que pretendemos meterle la lengua hasta la campanilla. Aunque aquellos que se atrevan a celebrar este día sin recursos para parecerse a un borracho habitual, tendrán más mérito (y, sin pensarlo, más amor propio).

¿Habéis elegido ya fecha para intentarlo? Recordad, ni siquiera hace falta salir de casa para celebrarlo. Vale estar ante el ordenador, simplemente hay que soltarse y tener ganas de pasarlo bien. Un ejemplo podría ser el de colgar en tu muro de Facebook aquella canción que escuchas cuando estás a solas y vives con plena motivación, y que sin embargo te daría una gran vergüenza disfrutar y compartir con decenas de ojos observándote (se me ocurren Bad Romance o Monsoon. No sé por qué). Entonces la red social se llenaría de canciones sorprendentes, bizarrísimas, graciosas, menos graciosas, nada graciosas... pero, en todo caso, canciones que sirven para conocer mejor al prójimo, para comprobar que el tío que te gusta no es perfecto (escucha a Los Caños) o para reafirmarte en que tu vecino del tercero es un psicópata (le gusta despertarse escuchando a Bom Bom Chip). No me digáis que la perspectiva del Día de la No Borrachera no empieza a volverse interesante. Además, al no estar bajo la influencia y el dominio absoluto del alcohol, podríamos recordar cada tontería que nos propongamos hacer. Porque, vergüenzas estúpidas al margen, siempre mola tener el recuerdo de los grandes momentos, y no que el resto tenga que explicarte la manera exacta en que diste asco o el momento en que pusiste de pie a toda la discoteca con tu mágico e irrepetible baile.

                        Que el autocorrector no te prive de vivir una experiencia gratificante

Empinar el codo es solo un pretexto para afrontar cosas que queremos hacer pero nos da vergüenza llevar a cabo, para las que estamos convencidos de no tener la confianza necesaria. Mándale ese whatsapp a tu ex novia a las siete de la mañana con ortografía impecable, siendo totalmente consciente de que lo estás haciendo... ¡Verás qué bien sienta! Saca a bailar a la cheerleader del equipo de basketball (perdón, que estamos en España y esas americanadas no cuajan aquí). Saca a bailar a la rubia despampanante que se sienta a dos mesas de ti en clase, a la morena de ojos verdes que te saca dos cabezas con esos taconazos... hazlo, pero siendo consciente de que al día siguiente recordarás cada mínimo detalle (y, si sale bien, por el resto de tus días). ¿Que sale mal? Los fracasos también merece la pena recordarlos, reírse de ellos. Pero no dejemos que el licor o la cebada se apoderen de nuestros actos, emociones y recuerdos. No. Nos toca vivirlos a nosotros. Y si logramos alcanzar un nivel decente de decisión y desinhibición sin ayuda de nada o nadie, seremos grandes. Seremos GREAT. Pero de nosotros depende. Y de lo que podría ser el Día de la No Borrachera. Mientras espero a que os decidáis, tiemblo solo de pensar en el próximo fin de semana y su día después... O tal vez solo sea cosa del delirium tremens.

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2 comentarios

  1. Jajajajajajajajajajaja acabo de descubrirte y me gusta MUCHO tu estilo! Y ahora que ya te he dicho lo típico que todo el mundo dice cuando empieza a seguir a alguien en un blog, te diré que si yo pusiera en Fb lo que escucho en mis momentos íntimos (no en los íntimos íntimos de los de música de Barry White, sino en los de yo a solas conmigo y mi paz espiritual) probablemente serían mis vecinos los que confirmarían que soy una psicópata jajajaja sigue así, molas! ;D

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    1. ¿Te puedes creer que descubro este comentario en estos momentos? (si me conocieses, sí, te lo creerías; mi torpeza no conoce límites).
      Muchas gracias por dejarte caer por aquí, y por hacer confesión tú también. Todos llevamos un pequeño psicópata en nuestro interior. O, al menos, a un pequeño ser un tanto bizarro :)

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